No siempre estamos para dar saltos de alegría, muchas veces nos sobran razones para llorar.
En cualquier situación, Dios nos escucha.
El fundamento de nuestra esperanza es ese Padre, loco de amor que, para salvarnos, no se reservó a su propio hijo (Rm 8, 31).
Cuando nuestro ánimo tiemble ante la magnitud de las dificultades que amenazan nuestra vida, escuchemos de nuevo sus palabras:
“Que no se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mi” (Jn 14, 1).
“El Señor se inclinó y escuchó mi grito…afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos…Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí, tú eres mi auxilio y mi liberación”… “En Dios descansa mi alma…no vacilaré”. (Salmo 62)