Felices quienes se levantan cada día con una sonrisa en los labios, y la regalan, y la multiplican. Porque la luminosidad de la sonrisa da otro color, otro sabor a la jornada.
Felices quienes realizan las labores cotidianas con gozo, sabiendo que contribuyen a crear un ambiente más cordial, alegre y agradable.
Felices quienes siguen el camino que les marca el corazón, quienes tienen su tesoro en la sencillez, en las pequeñas alegrías de cada día, en el beso y el abrazo sorprendente.
Felices quienes acogen al desconocido, quienes brindan su vida con el vino de la solidaridad, quienes levantan del suelo al caído, quienes trabajan sin descanso por la esperanza.
Felices quienes disfrutan cada día que les ha tocado vivir, con sus cosas positivas y negativas, quienes no se angustian por el mañana, quienes no confían su seguridad en el dinero ni en los seguros de vida. Quienes celebran diariamente el hermoso don del agradecimiento por la vida.
Felices quienes se divierten jugando, quienes se ríen de sí mismos, quienes recorren nuevos senderos, quienes aman con las entrañas, con el corazón, con todo su cuerpo.
Felices quienes no se dejan llevar por la superficialidad, los chismes o el consumo, y reconocen con admiración y sorpresa el Misterio constante de la vida, tanto en el mundo que les rodea como en el propio hondón personal.
Felices a quienes el trabajo cotidiano no les hace olvidar los sueños compartidos, la esperanza y la utopía de otro mundo posible, la equidad y la acogida como un sentimiento de donación gozosa.